viernes, 25 de marzo de 2011

Mensaje del Sr. Arzobispo en el "Día del Niño por nacer"

Nacemos a la Vida Eterna
El “Niño por nacer” somos todos
La jornada del “Niño por nacer” adquiere este año una importancia especial porque estamos celebrando el “Año de la Vida”. Recordemos que la Argentina fue el primer país del mundo en declarar, mediante un decreto presidencial del año 1998, el “Día del Niño por Nacer”. Luego, lo adoptaron también otros países. Pero desde hace muchos siglos –leemos en la declaración del Año de la Vida – los cristianos celebramos en esa fecha, la fiesta de la Anunciación, recordando el momento en el que el ángel le pregunta a María si acepta ser la Madre del Señor (Lc 1,26-38). Con el “sí” de María comienza la existencia histórica de Jesucristo, quien empieza así a vivir en el vientre de esta joven mujer de Nazareth.” En la vida de los seres humanos, la noticia de un embarazo es motivo de grandes alegrías y también de profundas tristezas. “No temas”, le dice el Ángel a María; como si hoy nos dijera a todos nosotros “No tengan miedo” de optar por la vida, siempre. Afirmar el valor sagrado de la vida humana y cuidarla, sobre todo allí donde corre mayores riesgos de debilitarse o de morir, es una tarea urgente que nos atañe a todos.
Esta jornada, que pone en el centro de nuestra atención al niño aún no nacido, implica de forma inmediata a la madre embarazada, pero también a la familia y a toda la comunidad. En cierto modo, podríamos decir que el niño por nacer es “de todos”; que “entre todos” debemos asegurar su derecho primario e inalienable a la vida; y que “por todos” debe ser respetado, recibido y amado. En consecuencia, nadie, ni la mujer que lo está gestando, ni el varón responsable de haberlo generado, ni su familia, ni el estado, pueden atribuirse el derecho de decidir si vive o no vive; sino de asumir la obligación de hacer todo lo posible para que viva y procurar que su vida sea “preciosa” a los ojos de todos.
Una atención preferencial lo merece la mujer embarazada. Si se la deja sola y se la trata como un mero individuo que “padece” la gestación, es muy difícil que se responda adecuadamente al momento que está atravesando. Ella, como el niño que lleva en seno, es una cuestión “de todos”, que “entre todos” debemos cuidar y que “por todos” debe ser respetada, acompañada y amada. No es razonable pensar que se salve una vida matando otra. Es más lógico elaborar programas que protejan a la madre y al niño aún no nacido, como también a su familia, para que se aseguren los derechos de todos sus miembros, especialmente de los más frágiles, a una vida digna y plena.

La ciencia y la fe: a favor de la vida humanaLa vida humana no es una realidad tan solo individual. Es un acontecimiento esencialmente relacional y como tal conlleva siempre una responsabilidad compartida. Por eso, resulta extraño pensar en derechos exclusivos y absolutos sobre la propia vida o sobre el propio cuerpo. La inteligencia humana se resiste a admitir que la vida humana pudiera convertirse en propiedad de un individuo, o que pudiera estar sometida al arbitrio de una entidad social, sea ésta política, cultural o religiosa. La inteligencia del hombre percibe, mediante la luz de la razón, que la vida humana es un don y que, como tal, está abierta a su Creador. Ella nos da suficientes señales para aceptar, razonablemente, que no somos sus dueños, sino administradores de ese don que hemos recibido; más aún, cuando se trata de la vida del niño concebido y aún no nacido, cuya vida tiene un valor sagrado y una dignidad incomparable.
Hoy, de la mano de la ciencia, independientemente de cualquier confesión religiosa, se constata la evidencia científica de que el embrión humano es un auténtico “organismo humano” y, por ende, verdadero sujeto de derechos. “No se trata de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente ordenado, un nuevo individuo de la especie humana.” El Dr. Bernard Nathanson, fallecido recientemente, confesó públicamente ser responsable de decenas de miles de abortos. Luego se convirtió en un asiduo defensor de la vida humana desde la concepción. En una carta afirmó rotundamente: “Como científico yo no creo, sino que sé y conozco que la vida humana comienza en la concepción.” En esa carta revela cómo se legaliza el crimen del aborto, cómo se utilizan los medios de comunicación, cómo se falsifican las estadísticas, cómo jugar la carta del anticatolicismo y cómo ignorar la evidencia científica. La mencionada carta es accesible en cualquier buscador de Internet, digitando: “Carta del Dr. Bernard Nathanson”.
Nadie puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. Si perdiéramos de vista este principio universal que protege y respeta la vida humana en todas sus expresiones, abriríamos una peligrosa puerta al desprecio a la vida, a la discriminación y la exclusión de los seres humanos más vulnerables de la sociedad. La razón y la fe no son incompatibles, y quien pretendiera oponerlos y presentarlos como irreconciliables se engaña a sí mismo. La fe asume los datos de la ciencia que le proporciona el ejercicio de la razón, los ilumina y orienta siempre a favor de la vida y de la dignidad del hombre. En ello se refleja la verdad más sorprendente que conocemos por revelación: Dios mismo, en Jesucristo, asumió nuestra naturaleza humana en todo, menos en el pecado, y la llevó a su plenitud.

En diálogo confiado y amistad sincera
Para pensar y ahondar sobre un tema de tanta trascendencia, como es el caso del inicio de la vida humana, de su desarrollo posterior y de su término, es necesario procurar un clima sereno entre los interlocutores. Para ello, es indispensable despojarse de intereses particulares y abrirse al bien de todos. Un diálogo sereno y confiado es posible cuando se cultiva simultáneamente una amistad social sincera, lo cual no quiere decir que todos debamos pensar lo mismo. El pensamiento único es señal de debilidad y de enclaustramiento, lo cual conduce inevitablemente a la asfixia intelectual. Al respecto, Juan Pablo II advierte que “no se ha de olvidar que también la razón necesita ser sostenida en su búsqueda por un diálogo confiado y una amistad sincera. El clima de sospecha y de desconfianza, que a veces rodea la investigación especulativa, olvida la enseñanza de los filósofos antiguos, quienes consideraban la amistad como uno de los contextos más adecuados para el buen filosofar.” ¡Cuánto bien nos haría si imitáramos esa sabiduría!
Para ser verdaderamente un pueblo al servicio de la vida humana debemos, con constancia y valentía hacer resplandecer la novedad original del Evangelio de la vida, ayudando a descubrir a todos, también a la luz de la razón y de la experiencia, cómo el mensaje cristiano ilumina plenamente el hombre y el significado de su ser y de su existencia; hallaremos preciosos puntos de encuentro y de diálogo incluso con los no creyentes, comprometidos todos juntos en hacer surgir una nueva cultura de la vida.
El aporte que hace la Iglesia con su enseñanza secular sobre creación del hombre y la mujer, y sobre el inicio de la vida desde el momento de la concepción –de una gran riqueza y profundidad– se mantiene invariable en el tiempo. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios, en perfecta igualdad y con la misma dignidad. Esa noción básica de la creación nos da a entender que los seres humanos no se dan la vida a sí mismos, sino que la reciben y por lo tanto, son administradores de ese sagrado don de la vida. Más adelante, el Magisterio de la Iglesia enseña que la vida humana, desde el primer momento de su existencia, o sea desde su concepción, debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida.
Por ello, ya desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral del aborto provocado. Aun cuando ese acto constituya una falta grave, la Iglesia cree y predica la infinita misericordia de Dios con el pecador, pero no niega la gravedad del delito y el daño irreparable que se le causa a la víctima. La Iglesia es indulgente con el pecador y lo abraza con enorme ternura, pero al mismo tiempo es firme y no transige con el pecado. Esta enseñanza no ha cambiado, permanece invariable. Enseñanza que se concretó a lo largo de dos milenios en promover una “cultura de la vida”, a través de innumerables servicios a los más necesitados e iniciativas orientadas a cuidar y promover la vida.
Nos dirigimos a María, Tiernísima Madre de Dios y de los hombres, con las palabras de esa hermosa plegaria que hemos rezado preparándonos para esta jornada del Niño por Nacer, y le confiamos a ella la causa de la vida. Haz, oh María, que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar con firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la vida. Alcánzales la gracia de acogerlo como don siempre nuevo, la alegría de celebrarlo con gratitud durante toda su existencia y la valentía de testimoniarlo con solícita constancia, para construir, junto con todos los hombres de buena voluntad, la civilización de la verdad y del amor, para alabanza y gloria de Dios Creador y amante de la vida.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap
Arzobispo de Corrientes


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